Autores: Víctor Mallada y Pablo Ibáñez

El pasado 31 de mayo de 2019 se cumplían 200 años del nacimiento de Walt Whitman, uno de los poetas más importantes de los Estados Unidos de Norteamérica.

 Nacido en West Hills, una pequeña población de Huntington, Long Island, Nueva York. El segundo hijo de una familia de nueve hermanos, hizo sus estudios primarios en escuelas públicas de Brooklyn. A los doce años entró de aprendiz en una imprenta donde empezó su voraz carrera por la lectura: Homero, Dante, Shakespeare, la Biblia… todo le parecía poco.

A los 17 años, en 1836, aparece ejerciendo de maestro en Long Island y en 1841da el salto al periodismo. Fundó el semanario “The Long Islander” y fue editor de varios periódicos en Brooklyn, Nueva York y Nueva Orleans, donde fue testigo de varias subastas de esclavos.

De vuelta a Brooklyn, en 1855 publicó “Leaves of Grass”, que consistía en un prefacio y doce poemas. Una segunda edición, al año siguiente, ya tenía 32 poemas. Este poemario tuvo muchas ediciones posteriores en las que incluyó correcciones a sus anteriores trabajos, concebidos como la tendencia del individuo para sobreponerse a sus propia fronteras morales, sicológicas o políticas.

La guerra de secesión (1861-1865), llamada “Guerra Civil” en los Estados Unidos, pilló a nuestro poeta en Nueva York, donde ejerció de periodista “freelance” y de enfermero voluntario. Luego se fue a Washington, D.C, para atender a uno de sus hermanos, herido en la guerra. Una guerra que nunca fue declarada como tal por el congreso de los Estados Unidos, pero donde murieron alrededor de 700.000 personas. Whitman acabó cuidando heridos en la capital federal, donde permaneció 11 años.

En 1873 Whitman sufrió un ictus que le dejó medio paralítico. En estas condiciones se fue a Camden, New Jersey, a visitar a su moribunda madre y acabó viviendo allí, en casa de un hermano, hasta que la publicación de “Leaves of Grass” le aportó el suficiente dinero como para poderse comprar una casa de madera en Camden. Allí trabajó en posteriores ediciones de “Leaves of Grass” y y en la edición de “Good-Bye My Fancy” su obra final, con escritos tanto en verso como en prosa.

El poeta murió el 26 de marzo de 1892 y está enterrado en una tumba que él diseñó y mandó construir en Harleigh Cemetery.

A continuación una parte de su declaración poética del prefacio de “Leaves of Grass”. Una declaración que no tiene desperdicio:

 

El poeta más grande no sabe de mezquindades ni trivialidades. Si exhala al interior de algo que antes se consideraba pequeño, lo hace crecer con la grandeza y la vitalidad del universo. Es un visionario… es un individuo…completo en sí mismo… los demás son tan respetables como él, pero solo él ve cosas que los demás no pueden. No es uno más en el coro…no se detiene ante reglas… él es el presidente de esas reglas. Lo que su visión poética hace de los demás, es lo que él hace de los demás. ¿Quién conoce el curioso misterio de la visión poética? El resto de sentidos se auto-corroboran, pero la visión poética carece de prueba, la prueba es ella misma, precede a las identidades del mundo espiritual. Un simple atisbo de ella desmonta todas las investigaciones de la humanidad, todos los instrumentos, todos los libros de la tierra, todo razonamiento. ¿Qué queda de maravilloso ya para ti? ¿Qué de improbable? ¿Qué es aquello imposible, sin base o incierto cuando has abierto la semilla del melocotón, cuando has escuchado la lejanía y la cercanía, cuando has escuchado el ocaso y has dejado que todas las cosas se llenen de ese rayo eléctrico y lo has hecho suave y delicadamente, sin confusión ni empellones ni atascos?

La tierra y el mar, los animales, peces y aves, el cielo y las órbitas, las montañas y ríos, no son temas menores… pero el pueblo espera del poeta que le indique algo más que la belleza y la dignidad que siempre existe aún en los objetos más simples… esperan que les indique el camino entre la realidad y sus almas. Mujeres y hombres perciben muy bien la belleza… probablemente tan bien como él. La apasionada tenacidad de los cazadores, los madereros, madrugadores, jardineros, agricultores, el amor de las mujeres sanas por las formas varoniles, los marineros, los jinetes, la pasión por la luz y el aire puro, todo ello son signos antiguos de la inmarcesible precepción de belleza y de la presencia de la poesía en la gente de la calle. No pueden ser asistidos por un poeta en esa percepción… aunque así lo deseara, no podría nunca. La calidad poética no se establece por la rima, la regularidad del texto, la abstracción de los conceptos, ni en requiebros melancólicos o buenos preceptos, sino que está en la vitalidad de todo eso, está en el alma. La calidad de la rima está en que lance semillas para otra rima más dulce y exuberante, la calidad de la regularidad está en que se trasporte a sí misma hacia sus propias raíces escondidas bajo la tierra.

La rima y regularidad de los poemas perfectos muestran la evolución libre de las reglas métricas y florecen en esas reglas tan fácil e inefablemente como las lilas o las rosas en su arbusto, y adoptan formas tan compactas como las formas de las castañas, las naranjas, los melones o las peras, y derraman su impalpable perfume sobre la forma misma. La fluidez y el ornato del mejor poema o música u oración o recitación no son independientes, sino interdependientes. Toda belleza proviene de una sangre bella y de un bello cerebro. Si las grandezas están conjuntadas en un hombre o mujer, es suficiente… la verdad prevalecerá a través del universo… pero la mordaza y la culpabilidad de un millón de años no prevalecerán. Aquel que se ocupe de fluidez y ornamentos está perdido. Esto es lo que debéis hacer:

 Amad a la tierra y al sol y a los animales, desdeñad las riquezas, dad limosna a quién la pida, levantaos en defensa de tontos y locos, dedicad vuestros ingresos y esfuerzos a los demás, odiad a los tiranos, no discutáis de Dios, tened paciencia e indulgencia con la gente, no os descubráis ante nada conocido ni desconocido, ni ante ningún hombre ni grupo de hombres, id a vuestro aire con los poderosos sin educación y con los jóvenes y las madres de familia, leed estas hojas al aire libre en cada estación de cada año de vuestra vida, reexaminad todo lo que os enseñaron en el colegio o en la iglesia o en los libros, apartad todo lo que insulte vuestra alma, y vuestra misma carne será un gran poema que tendrá la más bella fluidez, no solo en sus palabras sino también en las líneas silenciosas de sus labios y de su cara y entre las pestañas de los ojos y en cada movimiento y articulación del cuerpo… El poeta no debe perder tiempo en trabajos innecesarios. Ha de saber que la tierra acaba siempre arada y abonada… puede que otros no lo sepan, pero él ha de saberlo. Debe ir directamente a la creación. Su confianza habrá de hacerse con la confianza de todo lo que toca… y habrá de dominar toda atadura.

 

Información sobre el autor