Antonio Vega, Semillas de poesía

En su obituario de Antonio Vega, Agustín Fernández Mallo decía que ningún otro autor musical había influido tanto en su formación como poeta. Cuando lo leí, no pude evitar pensar en mí mismo con veinte años, allá por finales de los ochenta, dándole algunas vueltas a un sorprendente decasílabo que burbujeaba en su canción Vidas agridulces: la cuerda floja como un altar. Tal vez sería esta metáfora una de las primeras combinaciones que inyectaron en mi cabeza una durable afición por los juegos con palabras. En aquella época no conocí a nadie que leyera a Juan Ramón, ni siquiera a Bukowski, pero todos había escuchado a Police y Dire Straits, y los más espabilados hablaban de Joy Division y de los Smiths con los ojos en blanco.

Antonio Vega era otro rollo. Era como el vecino de arriba o el hermano mayor que tocaba la guitarra. No era necesario saber Inglés para entenderle. Sus divagaciones entre la Física y la emoción -que inspiraron el entramado Postpoesía de F. Mallo- flotaban a años luz de las provocaciones punkies, cada vez menos graciosas, de muchos colegas de generación. En aquella época en la que todos necesitaban oír gritos y gritarlos, algunos triunfaron con tres o cuatro acordes de rabieta adolescente. Antonio no. Antonio cuidaba, pulía, lustraba sus textos, para situarlos a la altura de su extraño talento como compositor y su virtuosismo a la guitarra, que comenzaba a desplegarse. Por aquel entonces practicaba ya los recursos que mejor resultado le dieron: la emoción estética ante el Universo Físico en Una décima de segundo (¡en plena era postpunk!); el intimismo de Chica de ayer (¡en plena era postpunk!); la expresión dolida de una personalidad con dificultades de adaptación social en canciones como Tragaluz, Lo que tú y yo sabemos o la prodigiosa Lucha de Gigantes; y mi preferido: la yuxtaposición de contrarios ensamblados con lógica poética. Mil caras que estudiar/ mil caras que olvidar, mar bandeja de plata / mar infernal, no me canso nunca de hablar / porque vivo en el silencio más total, una historia que es a veces mentira / y otras no es verdad…

Tras la disolución de Nacha Pop, Antonio Vega decide acabar y empezar siglo madurando correctamente, como no podía ordenar menos su talentoso criterio. Esto, que debería entenderse como algo normal, no lo es en absoluto si hablamos de estrellas de rock. Deja a un lado el sonido de la banda y ensaya soluciones más acústicas, demostrando en esa época un dominio de las guitarras al alcance de muy pocos. Al mismo tiempo afila su sobresaliente intimismo, pariendo letras de muchos quilates como Tesoros, Se dejaba llevar, Estaciones, Tuve que correr, Háblame a los ojos, El sitio de mi recreo…

A los que no conozcan su obra les propongo el texto de esta última como ejemplo de su lirismo:

Donde nos llevó la imaginación,
donde con los ojos cerrados
se divisan infinitos campos;
donde se creó la primera luz,
germinó la semilla del cielo azul,
volveré a ese lugar
donde nací.

De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo,
de nieve, huracán y abismos,
el sitio de mi recreo.

Viento que en su murmullo parece hablar
mueve el mundo y con gracia la ves bailar,
y con él el escenario de mi hogar.

 

Mar, bandeja de plata, mar infernal
es su temperamento natural,
poco o nada cuesta
ser uno más.
De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo,
de nieve, huracán y abismos,
el sitio de mi recreo.

 

Silencio, brisa y cordura
dan aliento a mi locura,
hay nieve, hay fuego, hay deseo,
allí donde me recreo.
Mucho se ha especulado sobre el significado de esta canción. El lugar de juegos de la infancia tiene mucho que ver; hablan también de una casa en Valencia donde solía descansar, unos campos en Soria que gustaba de visitar… Antonio Vega nunca explicó claramente qué lugar era el sitio de mi recreo, sin duda para no cortar las alas de la interpretación personal que cada oyente pudiera darle. Así que yo voy a dar la mía. El sitio de mi recreo es ese momento mágico que le pertenece a cada uno y a nadie más, cuando de repente, leyendo un párrafo o un verso, o escuchando Tuve que correr en el coche, las palabras adquieren mil significados diferentes que explican tu vida, y es como si te lijaran las mejillas por dentro o te taladrasen la memoria.

Antonio Vega sabía provocar muy bien esa emoción y no es por ello extraño que su obra resulte semilla de poesía, ni es extraño que en su biografía autorizada Mis cuatro estaciones, de Juan Bosco, dejara patente su afición por las letras y declarara que le encantaban los sonetos (¡en plena era posmoderna!) o que pusiera música al soneto LXVI de Neruda y A trabajos forzados de Antonio Gala.

Tal vez algunos aficionados a la poesía de hoy en día seamos antonios frustrados, con insuficiente valor o habilidades sociales para formar una banda, salir de gira y tener un amor en cada plaza, resignados por tanto al silencio de la hoja.