Textos rescatados.- Una introducción a la lectura de “A la busca del tiempo perdido” de Marcel Proust

Manuscrito de Proust
Manuscrito de Proust

Llevo muchos años leyendo y releyendo muy lentamente ese monumento literario: “A la busca del tiempo perdido” de Marcel Proust (París, 10 de julio de 1871 – ibídem, 18 de noviembre de 1922); creo que es una de la cumbres del arte y de la inteligencia del Ser humano. Es, además de una sátira de la alta sociedad francesa de principios del siglo XX —donde queda al descubierto su hipocresía, crueldad y anodina superficialidad— una novela total, donde nace lo que podíamos llamar: ” Un Ser poético-artístico superior” de la conjunción única entre la reflexión y el análisis —minuciosos e hipersensible— de los personajes y de las impresiones de la realidad, junto con una vasta cultura en todos los campos del arte: música, pintura, teatro, arquitectura, novela…. y también del devenir político-social de la sociedad francesa de la época.
Es una lectura, por lo tanto, muy densa y compleja y no queda más remedio para el logro de semejantes objetivos que también lo sea muy extensa; consta de siete novelas: Por la parte de Swann (1913), A la sombra de las muchachas en flor (1919), La parte de Guermantes I y II (1921–1922), Sodoma y Gomorra I y II (1922–1923), La prisionera (póstuma,1925), La fugitiva (póstuma, 1927), El tiempo recobrado (póstuma 1927).
Mauro Armiño es el responsable de una inmejorable traducción, y autor del magistral y brillante prólogo a la lujosa publicación en tres volúmenes de “A la busca del tiempo perdido” de la editorial Valdemar.
La complejidad temática antes aludida va acompañada también de una complejidad de estilo narrativo que fue la piedra de toque sobre la que se auparon el rechazo casi total de los críticos más influyentes del momento.
Dice al respecto Mauro Armiño en su prólogo:

 

Manuscrito de Proust
Manuscrito de Proust

El tipo de escritura –empezando por el título mismo- era insólito: largas frases que se convertían en laberintos enhebrados por relativos y desviadas por constantes paréntesis.
El lector se encontraba y se encuentra ante una sucesión de obstáculos a la comprensión inmediata de lo leído.
El lector empapado en la gran tradición de la novela (Balzac, Flaubert, Stendhal, Dostoievski.., cuando se enfrenta a “A la busca del tiempo perdido” y trata de sumergirse en ella, la sorpresa puede llegar hasta el desagrado: hay una distancia infinita entre las propuestas de la narrativa decimonónica y Proust, en quien encontramos en vez de una trama lineal y un hilo del ovillo, una madeja absolutamente intrincada en la que múltiples hilos van tirando de algo inextricable a lo que muy difícilmente puede darse el nombre de acción o trama; hilos que se superponen, enredan y encabalgan hasta eliminar nociones sacralizadas por la narrativa tradicional: por ejemplo, el tiempo, uno de los arcos que sostienen la bóveda de esa catedral de “A la busca del tiempo perdido”.Estamos en una época en la que se percibe una perturbación en las ideas tradicionalmente fijistas tanto en la Ciencia como en la literatura, el terremoto Freudiano del inconsciente, en Geología las ideas movilistas de Wegener escandalizan a “los popes” de turno, según él, los continentes están cambiando de posición lenta pero constante y provienen de la fragmentación de un supercontinente; en la Biología, Darwin y su “Origen de las especies”, en la que afirma un origen común para la gran diversidad de seres vivos, en la que unos -algunos desaparecidos ya- provienen de otros, por evolución y en la que queda incluida el mismísimo “hijo de Dios” el Ser humano, escandaliza a la sociedad entera; en medicina-psiquiátrica el terremoto freudiano del inconsciente lo pone todo “patas pa arriba”; en la novela,  de la mano Proust, también entramos en esta concepción evolucionista de los ámbitos humanos, así nos lo muestra Mauro Armiño:

“Es el propio Proust el que aplica a la construcción de su obra la metáfora de catedral, una arquitectura cuyos planos iniciales no son definitivos: sobre ellos, el tiempo y su paso irán alterando la idea primera, cambiando el sentido de las partes, modificando y añadiendo recovecos y capillas que alteran radicalmente el proceso de elaboración: en 1913, cuando aparece “Por la parte de Swann”, los planos de la totalidad de “A la busca del tiempo perdido” estaban trazados: diseñaban la vida interior de una sociedad caducada en la que pervivían los mitos que habían crecido al socaire del II imperio y alimentado la vida francesa de la “mondanite”, que era su expresión más acabada, cuando ya ese Imperio y sus aristócratas más representativos habían sido arrojado de la Historia; ese era el trazado general catedralicio, pero en las capillas, soldada al plano central, se alzan distintos altares: la belleza, la elegancia, el dinero, el amor con sus pormenores más angustiosos –Swann- o más venales; y en el centro mismo del trazado que vertebra la bóveda, la presencia extraña del Narrador articula la vida exterior de sus personajes –a los que presta situaciones y sentimientos propios, vividos repetidamente sobre todo en el apartado de la ansiedad amorosa- por él y por sus alter ego, y su propia vida interior, singularmente aguda para el análisis de la forma de procesar el pensamiento que tiene la mente humana.

A la busca del tiempo perdido (tomo III) - La Fugitiva
A la busca del tiempo perdido
(tomo III) – La Fugitiva

La obra de Proust se puede ver como un vaciado mágico de la memoria, mediante la varita mágica de los sentidos; continúa Mauro:

la memoria proustiana está unida a la sensación, porque, porque son las sensaciones las que hacen brotar el recuerdo, y con ello las profundidades del individuo, la parte más auténtica del ser humano precisamente porque son inconscientes y porque, hundidas en la consciencia, perduran exentas de influencias exteriores: dice Proust: “En primer lugar, precisamente porque son involuntarios, porque se forman por sí mismos, atraídos por el parecido de un minuto idéntico, [los recuerdos] son los únicos que tienen una rúbrica de autenticidad. Luego, nos refiere las cosas en una dosificación exacta de memoria y olvido. Y por último, como nos hacen saborear la misma sensación en una circunstancia completamente distinta, la liberan de cualquier contingencia, nos dan su esencia extratemporal…” Pero el relato de la vivencia de un protagonista, si es que puede llamarse así al Narrador; no es más que estrato inferior del proyecto de “A la busca del tiempo perdido”: los sentimientos interiores despertados por las sensaciones y la memoria van a ir trasponiendo los límites de la conciencia personal, invadiendo otros dominios y transformando el resultado de la novela en una filosofía de la existencia. Dice Proust “lo que la existencia nos devuelve bajo el nombre de pasado no es él” y por lo tanto, voluntad y razón resultan ridículas a la hora de escribir; ni la inteligencia ni la memoria racional sirven para nada: es otra memoria, la sensorial, la táctil, la que de pronto hace surgir –a través de una magdalena, de la campanilla del Viático, de un perfume de azahar- el pasado sensitivo, el “recuerdo de un olvido”, diría Luis Cernuda. Escribe Proust en memoria de las iglesias asesinadas: “Si se supiese analizar el alma como la materia, se vería que, bajo la aparente diversidad de los espíritus lo mismo que bajo la de las cosas, sólo hay unos pocos cuerpos simples y elementos incompatibles, y que ese poco entra en la composición de lo que creemos que es nuestra personalidad, de las sustancias muy comunes y que se encuentran un poco por todas partes en el universo.

En los “Textos rescatados” de este número, publicaremos una selección de algunos momentos de la sexta parte de “A la busca del tiempo perdido”, “La fugitiva” que impactaron de manera especial en sensibilidad del autor de esta sección.

Algunos momentos de la fugitiva

Fe experimental

Es la vida la que, poco a poco, caso por caso, nos permite advertir que lo que es más importante para nuestro corazón, o para nuestro espíritu, no nos lo enseña el razonamiento, sino otras potencias distintas. Y entonces es la inteligencia misma la que, dándose cuenta de su superioridad, abdica por razonamiento ante ellas y acepta volverse su colaboradora y su sirviente. Fe experimental.

Experiencia

Pero lo que llamamos experiencia no es otra cosa que la revelación a nuestros propios ojos de un rasgo de nuestro carácter que reaparece naturalmente, y que reaparece con tanto más vigor cuanto que ya una vez lo hemos sacado a la luz para nosotros mismos,  de suerte que el movimiento espontáneo que no había guiado la primera vez resulta reforzado por todas las sugestiones del recuerdo. El plagio humano del que es más difícil escapar. Para los individuos (e incluso para los pueblos que perseveran en sus faltas y van agravándolas), es el plagio de si mismo.

Felicidad

Y sin embargo, por más alegría que ese regreso pudiera darme en el momento mismo, sabía que no tardarían en presentarse las mismas dificultades y que la búsqueda de la felicidad en la satisfacción del deseo moral era algo tan ingenuo como la empresa de alcanzar el horizonte caminando hacia delante. Cuanto más avanza el deseo, más se aleja la posesión verdadera. De modo que si es posible encontrar la felicidad o por lo menos la ausencia de sufrimientos, no es la satisfacción lo que hay que buscar sino la deducción progresiva, la extinción final del deseo.

Amor y soledad

Los vínculos entre un ser y nosotros no existen más que en nuestro pensamiento. La memoria al debilitarse los afloja, y, a pesar de la ilusión con la que querríamos engañarnos con la que por amor, por amistad, por cortesía, por respeto humano, por deber, engañamos a los demás, existimos solos. El hombre es el Ser que no puede salir de sí, que no conoce a los otros sino en sí, y si dice lo contrario miente.

Amor y soledad

No conseguimos cambiar las cosas a medida de nuestro deseo, pero, poco a poco, nuestro deseo cambia.

Los cambios de la Atmósfera

Los cambios de la atmósfera provocan otros en el hombre interior, despiertan unos yo olvidados, contrarían el adormecimiento de la costumbre, vuelven a dar fuerza a otros recuerdos, a ciertos sufrimientos ¿Cuánto más todavía para mí si este tiempo si este tiempo nuevo que hacía me recordaba aquel otro en que Albertine, en Balbec, había ido, bajo la amenazadora lluvia a dar, Dios sabe por qué, grandes paseos bajo el ajustado maillot de su caucho! Si hubiera estado viva, hoy sin duda., con este tiempo tan parecido, ¿se iría a Touraine para hacer debido sufrir por esa idea; pero, como en los mutilados, el menor cambio de tiempo renovaba mis dolores en el miembro que ya no existía.

Sobre el amor

Cierto que había conocido personas de mayor inteligencia. Pero lo infinito del amor, o su egoísmo, hace que los seres que amamos sean aquellos cuya fisonomía intelectual y moral es para nosotros lo menos objetivamente definido; lo retocamos constantemente a capricho de nuestros deseos y temores, no lo separamos de nosotros, no son otra cosa que un lugar inmenso y vago donde exteriorizar nuestras ternuras.

Sobre la muerte

La idea de que se ha de morir es más cruel que morir, pero menos que la idea de que otro ha muerto, que, plana de nuevo después de haber engullido a un ser, se extiende, sin un remolino siquiera en ese punto, a una realidad de la que ese ser está excluido, donde ya no existe ninguna voluntad, ningún conocimiento y de la que tan difícil es ascender de nuevo hasta la idea de que ese ser ha vivido como difícil resulta, por el recuerdo todavía reciente de su vida, pensar que es asimilable a las imágenes sin consistencia, a los recuerdos dejados por los personajes de una novela que se ha leído.

Memoria y experiencia

A parir de cierta edad nuestros recuerdo están de tal manera entreverados unos a otros que aquello en que se piensa, el libro que se lee, apenas si tienen ya importancia. En todas partes se ha puesto algo de uno mismo, todo es fecundo, todo es peligroso y pueden hacerse descubrimientos tan preciosos en los Pensamientos de Pascal como en la propaganda de un jabón. Memoria, tiempo y costumbre (la fugitiva)
Levantando una punta del pesado velo de la costumbre (la costumbre embrutecedora que a lo largo de nuestra vida nos oculta casi todo el universo, y en una noche profunda, bajo su etiqueta inalterada, sustituye los venenos más peligrosos a los más embriagadores de la vida por alguna cosa anodina que no procura ninguna delicia), volvían a mí como el primer día, con la fresca y penetrante novedad de una estación que reaparece, de un cambio en la rutina de nuestras horas, que, también en el terreno de los placeres, si montamos en coche un primer buen día de primavera o salimos de casa al amanecer, nos hacen notar nuestras insignificantes acciones con una exaltación lúcida gracias a la cual ese minuto intenso prevalece sobre la totalidad de los días anteriores. Los días antiguos recubren poco a poco a los precedentes y son a su vez sepultados bajo los que los siguen. Pero cada día antiguo ha quedado depositado en nosotros como en una biblioteca inmensa donde, entre los libros más antiguos, hay un ejemplar que nadie irá a pedir nunca. Sin embargo, si ese día antiguo atravesando la traslucidez de las épocas siguientes, remonta la superficie y se extiende en nuestro Ser cubriéndolo por entero, entonces, durante un momento, los nombres recobran su antigua significación, los seres su antiguo rostro, nosotros nuestra alma de entonces, y sentimos con un sufrimiento vago, pero vuelto soportable y de breve duración, los problemas hace tiempo insolubles que tanto nos angustiaban entonces. Nuestro yo esta hecho de la superposición de nuestros estados sucesivos. Más esa superposición no es inmutable como la estratificación de una montaña. Perpetuos levantamientos hacen aflorar a la superficie capas antiguas.

En la línea de la memoria

…En esos retornos, por la misma línea, desde una tierra a la que no se volverá nunca, de la que no conocemos el nombre, el aspecto de todas las estaciones por las que ya hemos pasado a la ida, sucede que, mientras estamos detenidos en una de las paradas, tenemos por un instante la ilusión de que volvemos a partir, pero en dirección al lugar del que se viene, como habíamos hecho la primera vez. La ilusión cesa enseguida, pero durante un segundo nos habíamos detenido de nuevo llevados hacia él: tal es la crueldad del recuerdo.

Placer de literatura

…pero me daba cuenta de que no era verdad, de que si me gustaba imaginarme su atención como objeto de mi placer, ese placer era un placer interior, espiritual, postrero, que ellos no podían darme y que yo podía encontrar no hablando con ellos, sino escribiendo lejos de ellos; y de que, si empezaba a escribir para verlos indirectamente, para que tuviesen una mejor idea de mí, para prepararme una mejor posición en sociedad, escribir acaso me quitaría las ganas de verlos, y la posición que quizá la literatura me procurase en sociedad, ya no tendría ganas de gozarla porque mi placer no estaría ya en la sociedad sino en la literatura.

Evolución de la personalidad

Seguramente ese yo aún conservaba algún contacto con el antigua, de igual forma que un amigo indiferente a un duelo habla sin embargo a los presentes con la tristeza adecuada, y vuelve de vez en cuando a la habitación donde el viudo que le ha encargado recibir por él a las visitas, sigue dejando oír sus sollozos. Yo todavía los lanzaba cuando volvía a ser por un momento el antiguo  amigo de Albertine. Pero era un personaje totalmente nuevo al que tendía a pasar. No es porque los demás estén muertos por lo que se debilita nuestro afecto por ellos, sino porque morimos nosotros mismos. Albertine no tenía nada que reprocharle a su amigo. El que usurpaba su nombre no era más que su heredero. Sólo se puede ser fiel a lo que se recuerda, y sólo se recuerda lo que se ha conocido. Mientras crecía a la sombra del antiguo, mi nuevo yo le había oído hablar a menudo a Albertine; a través de los relatos que de él recogía, creía conocerla, le resultaba simpática, la amaba; pero no era más que una ternura de segunda mano.

Madurez del sentimiento

Adrée estaba dispuesta a amar a todas las criaturas, pero a condición de haber conseguido primero no imaginárselas como triunfadoras, y para ello humillarlas previamente. No comprendía que había que amar incluso a los orgulloso y vencer su orgullo con el amor y no con un orgullo más potente. Pero es que era como los enfermos que pretenden curarse con los mismos medios que alimentan la enfermedad, medios que aman y que dejarían de amar en cuanto renunciasen a ellos. Mas se quiere aprender a nadar y mantener sin embargo un pie en tierra.

El presente continuo

…. Porque el hombre es ese ser sin edad fija, ese ser que tiene la facultad de volver a ser en unos pocos segundos muchos años más joven, y que, rodeado por las paredes del tiempo en que ha vivido, flota en él pero como en un estanque cuyo nivel cambiase constantemente poniéndolo al alcance tan pronto de una época como de otra

 

Texto | J.J.M.Ferreiro